RE LECHERITA

Re lecherita

La vi acostadita, soñando en paz, con cierta serenidad en la piel, cubierta con una sábana llena de dibujitos de elefantes. Tenía el pelo suelto, un pie afuera de la sábana, y el otro ligeramente flexionado hacia adentro. Ya no sollozaba, ni parecía atormentada como antes de acostarse. Respiraba lentamente. Acaso no tenía ganas de dormir. Pero sus padres fueron razonables con la situación. Se había portado muy mal. No conforme con esconder los exámenes aplazados de matemáticas, se había rateado del colegio, y encima mi tía le encontró preservativos en la cartuchera.

¿para qué querría una nena de 13 años tener forros en la mochila? ¡no podía ser que mi primita abandonara su virginidad tan temprano, y que encima yo no lo supiese! ¡ella siempre me contaba todo, y me pedía consejos! ¿algún chico le habría sugerido tener relaciones? ¿cómo tuvo el valor de comprarlos, si es que lo hizo? Todas esas preguntas deambulaban por mi cabeza confundida mientras la veía dormir. Había entrado a su pieza para preguntarle algo, y para aliviarle un poco la pena. odio ver llorar a Ivana, porque es la prima a quien siempre protejo de todo. Incluso, a veces de los retos de mis tíos.

Opté por sentarme en el suelo, a centímetros de su cama y esperar a que se despierte para hablar con ella más tranquila. Entretanto, la contemplaba dormir. En un momento sus dos pies estuvieron afuera de la sábana, y entonces descubrí que ya tenía una cola más que llamativa, puesto que estaba boca abajo, abrazada a la almohada. Supongo que muchas lagrimitas tuvieron que pasar hasta que el sueño la envuelva en sus brazos. Algo me hizo imaginar a Ivana mostrándole esa colita a un chico, y me calenté como una tarada. ¿cómo podía haber preservativos en la mochila de una nena? Seguía pensando, suponiendo, y recreando en mi cerebro solo cosas que me dictaba el fuego que ya comenzaba a invadirme. ¡Quizás, ese chico le enseñó a ponerle un preservativo con la boca! ¡Tal vez, solo ella consintió arrodillarse para chuparle el pito! ¡lo que sea que hubiese pasado, tal vez fue en el baño! ¡Seguro que el pibito terminó rápido, porque los pendejos de su edad son tan precoces como un suspiro! ¡no creo que ese degenerado se haya atrevido a penetrarla! ¡pero si es mi primita, mi chiquita, la reina de la familia! Todo eso me estaba poniendo a mil. No pude evitar tocarme las tetas y la concha, con los ojos clavados en la cola de Ivana, con los labios muertos de ganas por lamerle esos piecitos desnudos, y con mi olfato loco por saber si su sexo olía a semen, o al látex odioso de los preservativos. Para colmo, tenía un shortcito blanco de algodón, cuyo elástico dejaba asomar restos de su bombacha. Yo misma le había llevado la sábana hasta la cintura para observarla, y no me percaté. Lucía su espalda al descubierto porque tenía una remerita lila de tiritas, y se sacaba el corpiño para dormir. No pude silenciar a mis instintos, y acerqué mi nariz a su piel desnuda, a esos hombros chiquitos, y a su cuello hundido bajo su pelo rubio siempre sedoso y con olor a shampoo. Me embriagué de su perfume adolescente, todavía imaginándola arrodillada en el baño de varones, a lo mejor preguntándose qué podría ser capaz de hacer con un pito en sus manos, y le acaricié la cola muy suavemente con un dedo tan temeroso como mi impaciencia desbordada.

De repente, oigo dos golpecitos a la puerta. Le arreglo rapidísimo la sábana a Ivana, y antes de que alguien decida entrar, abro con cierta amargura en la garganta.

¡escúchame, Paola… voy a salir al súper a comprar unas cosas! ¡El tío se fue con tu papá al taller! ¡¿Vos te quedas a darle una mano a la burra de tu prima con matemática?!, me dijo la tía en el umbral de la puerta, casi como un susurro. La tranquilicé de inmediato, y le dije que después de la merienda me ponía con ella. Quise preguntarle algo más acerca de los forros. Necesitaba saber qué pensaban los tíos de ese imprevisto. Pero preferí dejarla ir, antes de que se arrepienta. Inocultablemente, mi cabeza estaba tramando algo que no se me informaba con precisión, pero que tenía todos los matices de un riesgo fascinante.

Volví a la pieza, destapé completamente a Ivana, y apenas el coche de la tía abandonó el garaje, me senté en el piso con la cara a centímetros de sus piecitos hermosos. Me abrí la camisita, me saqué el corpiño y, sin pensarlo dos veces apoyé mis tetas sobre sus pies. Estaban tibios, suaves como el terciopelo. Mis pezones tuvieron una sensación desconocida al entrar en contacto con sus talones y plantas. Pero no fui tan zarpada de despertarla con mis arrebatos. Todavía no quería hacerlo.

Ivana sabía que me gustaban las chicas. Es la única de la familia que guardaba mi secreto, y que no me abría juicios de valor. Por eso, no consideraba justo que ella me haya ocultado algo. Pero mis 20 años continuaban entretejiendo imágenes de mi prima. ¡A lo mejor quería los preservativos para ponérselos al mango de su cepillo para el pelo y masturbarse toda la noche! ¿Ivana ya se masturbaba? ¿Cómo lo habrá aprendido? En todo eso pensaba cuando me bajé el jean junto con la bombacha, y medio que sentándome en el aire le rocé los piecitos con mi cola. En ese mismo momento presioné un par de veces mi clítoris sobre mi bombacha empapadísima. ¡Me estaba mojando con mi prima!

Entonces, no lo soporté. Empecé a lamerle las piernas y los pies, y ella se despertó con urgencia. Ni llegó a desperezarse, porque tenía cosquillitas por todos lados. Se reía musical, divertida e inocente. Yo no detenía mis lametazos, mis mordisquitos a sus rodillas ni mis succiones a sus deditos, por más que me ligara un par de patadas. A ella le gustaba, pero las cosquillas eran muy intensas. De repente supe que tenía que decirle algo, y mientras seguía le balbuceaba: ¡arriba Ivana, que tenéis que tomar la leche, y hay que estudiar! ¡lo bueno es que no tenéis olor a pata bebé! ¡es más, tenéis una piel re rica mi chiquita!

Ivana se moría de carcajadas, pero no leía mis intenciones, las que yo tampoco procesaba del todo. Pero lo terrible es que ella sola se sacó la remerita, diciendo que se la había babeado mientras dormía. Entonces, le vi las tetas en vivo y en directo. ¡Eran preciosas! ¡Sus pezones parecían tener brillitos de la calentura que tenía, porque no podía disimular que mi besuqueo le revoloteaba las hormonas!

Mis besos fueron subiendo por su pancita, su ombligo, su pecho, sus tetas, su cuello y sus hombros. No sabía cómo había llegado a tanto. La risa de Ivana ahora se transformaba en suspiritos, gemidos de labios cerrados, como con vergüenza, y en caritas de felicidad. Por eso, tomé confianza y, cuando arribé a su oído derecho le dije: ¡Ivana, qué onda con esos preservativos en la mochi nena? ¿tenías planeado tener sexo con un chico guacha? ¿y no me lo ibas a contar?

Ella entró en una confusa incertidumbre, mientras mi lengua le rozaba el cuello. Pero al fin dijo, con una de sus manos como con ganas de tocarse la entrepierna: ¡síii, solo quería que Mariano me la meta! ¡quiero que ese bombón me coja toda Pao! ¡no sabes lo que es, y lo hermosa que tiene la verga!

Le di una cachetada. No podía creer que mi prima estuviese hablando como una guarrita. Enseguida recordé que, cuando ella tenía 10, sus padres la habían regañado por romper un cuadro, y que entonces yo la salvé de un cintazo que el tío le tenía preparado. Me la llevé a la pieza para consolarle el llanto, y cuando la abracé, le di un beso en la boca. Ahora Ivana lloraba por lo violento de mi cachetazo, y mi lengua ardía de ganas por saborear esa boca, ya no con aquel alientito de nena. Seguro que ahora mi prima sabe besar un poco mejor, pensaba mi sexualidad, mientras la apretaba contra mi pecho para pedirle disculpas.

¡perdón Ivi, yo no quería pegarte! ¡pero es que, no podés todavía, digo, meterte un pito en la vagina mi chiquita! ¡yo quiero que vos, estés, al menos un poco más grande para eso!, intentaba explicarle, mientras nuestras bocas volvían a encontrarse en los páramos de una realidad inevitable.

Nos empezamos a besar con furia, con nuestras lenguas desatadas, intentando recorrer todo rincón posible, entrelazando nuestras piernas y apretujándonos las espaldas con las manos o las uñas, acariciándonos, ahora las dos arriba de la cama, yo directamente con las tetas al aire para rozárselas en la cara.

¿y te calienta mucho ver a ese guachito? ¿Te mojas la conchita Ivi? Y ahora, ¡¿cómo estás nena?!, le decía flotando entre sus temblores, gemiditos y lengüetazos imperfectos a mi cuello. Al principio parecía no aceptar el momento que nos reconciliaba. Pero pronto, sus manos querían tocar y apretar cualquier parte de mí, y las mías intentaron al menos dos veces bajarle el pantaloncito. Hasta que al fin le dije: ¿querés que tu prima te saqué esa calenturita?

Ivana estaba demasiado consternada como para decidir o edificar una respuesta. Por lo tanto, yo le saqué el short, me emocioné al ver las manchitas húmedas de flujo en su bombacha verde, y abrí su mochila, la que reposaba arriba de una silla. Busqué por todos lados, hasta que di con dos preservativos cerrados, ¡y una bombachita rosada!

¡qué es esto nena?!, le dije acercándole el calzón a la cara y regresándola con la otra mano de un empujón a la cama, dado que intentó levantarse. Creo que por no entender demasiado lo que sentía.

¡nada Pao, no es nada!, dijo haciendo muecas con la nariz, apretando los ojos y arrugando la seño. Se me ocurrió que pudiese estar usada, y lo comprobé con mi olfato impertinente. ¡dios mío! No estaba sucia a la vista, pero sí tenía olor a conchita mezclado con pipí de nena. Yo conocía de sobra esos aromas. Por lo tanto, no podía mentirme.

¡está usada Ivana! ¿qué pasó? ¡no me digas que te sacaste la bombacha en la escuela! ¿qué pensabas hacer con esto?!, le cuestionaba mientras le acariciaba las tetas con la bombachita. Veía cómo tiritaba el brillo de sus pupilas, y cómo sus labios se abrían solo para emitir suspiritos, y me calentaba más. Por eso, de repente acerqué mis tetas a las suyas y comencé a rozárselas, a juntar mis pezones a su piel tan blanca como la pureza que, esperaba aún no hubiese perdido. Le hice chupar mis propios dedos luego de lamérmelos yo misma, le pedí que muerda la bombacha y le volví a recordar su situación.

¡estoy esperando alguna respuesta Ivana! ¡no te hagas la tonti!, le dije con mi lengua sobre su nariz, para que sus pulmones se invadan del fuego de mi aliento lleno de mariposas. Hasta que por fin se le ocurrió romper el silencio que me desesperaba, y me lo contó todo, a la vez que yo le daba besitos en las tetas, bajo mi leal promesa de que no hablaría con mis tíos de ese asunto.

¡bueno, eeemm, digamos que, desde el año pasado que les mamo el pito a los chicos en el baño de varones! ¡me encanta! ¡Todos me dicen que soy re lecherita! ¡Me gusta tragarme la leche Pao, y que me manoseen! ¡me pongo re loquita! ¡y, lo de la bombacha, es porque hoy me la saqué en el baño, mientras Mariano me pedía que le haga la paja! ¡entonces, se la di, y mientras la olía, yo me arrodillé a comerle esa pija que, uuuufff, me encaaanta!

No pude seguir escuchándola. Callé sus deseos más íntimos con mi lengua danzando adentro de su boca, mientras le palpaba la vulva sobre su calzón mojadito, y me alimentaba de sus jadeos acelerados. Me excitaba el roce de sus dientitos perfectos, su saliva forajida y dulcísima, los temblores de sus piernitas y los latidos de su vagina, la que todavía no quería ver en su complitud. Antes de eso, la obligué a abrir un preservativo y a lamerlo todo. También le pedí que se meta toda la bombachita que se había sacado en la escuela en la boca, y agarré un desodorante que divisé en su mueble. Le pedí que le ponga el forrito al envase, le hice escupir el calzón, la agarré de las mechas y la senté en la cama.

¿a ver mi amor? ¡Toma, quiero ver cómo chupas una pija nena! ¡lámelo todo, todo, todo, y escupite las manitos!, le dije sentándome a su lado, bien pegadita a ella para abrirle las piernas y contemplar si los labios vaginales le tiritaban tanto como a mí. Durante unos minutos la dejé sola con el cilindro enforrado. Pero después, yo lo tomé en mi mano y se lo acercaba a la boca, le indicaba cuándo debía escupirlo, olerlo, lamerle la puntita o el grueso del cilindro, fregárselo en las tetas o meterlo hasta donde las posibilidades de su boquita estrecha lo permitiesen.

¡dale Ivi, hace de cuenta que es el pito de Mariano zorrita, que se te moja la bombacha, y que te la queréis sacar! ¡no das más de calentura por ese pendejito no? ¿y nunca, hiciste lo mismo con una nena? ¿No te llamó la atención chuparle la conchita a una amiguita tuya? ¿y ellas, qué dicen de lo que haces con los nenes?!, le decía totalmente descerebrada, con una mano adentro de mi pantalón para rascarme la concha como hacía mucho que no lo recordaba, y con la otra seguía manipulando el objeto de su deseo más ferviente.

¡tócate las gomas Ivi, ponete loquita, dale, que el pito de Mariano te va a largar toda la lechita en la boca!, le dije irreflexiva, con verdaderas ganas de que gima con mayores desatinos.

¡no Pao, a las chicas no les hice nada! ¡pero dicen que soy una putita, la más lecherita del cole! ¡una de ellas, la Vale, me re toca la cola, y yo a ella! ¡me encanta cuando me dice putita al oído!, dijo al borde de levantarse, suspirando y con los dedos en el elástico de su bombacha.

¡qué vas a hacer pendejita? ¡¿Te la vas a sacar como en el baño de nenes?!, le pregunté, lamiendo el pito de fantasía que antes mi primita chupaba con una obscenidad tan atractiva como difícil de soportar despierta.

¡sí Pao, no aguanto más! ¡me quiero tocar!, dijo con lagrimitas en los ojos, la lengua afuera como una perrita alzada, y bajándose la bombachita por esas piernas endebles. Apenas se la sacó, se la quité y le dije al oído mientras le apresaba las muñecas: ¡nada de tocarse señorita! ¡es como yo quiera, o nada!

Ella me puso cara de culo, pero enseguida me pegué a su oído, y al tiempo que le lamía la oreja le decía con ternura, oliendo su bombachita húmeda: ¡así que la Vale te toca la colita? ¿y vos a ella putita sucia? ¿te lame la orejita también? ¿te toca las gomas, como yo ahora pendejita lechera? ¡sos una putita hermosa, una calentona, una trolita que chupa pitos en el baño! ¿y, a esa chica no le comerías la cola a besos, o las tetas?

Ivana gemía desatada. Se sacudía sin equilibrio. Me apretaba las manos para que la suelte, pensando en el blanco de su vagina. Se frotaba contra la cama soportando mis lamidas a su cuello y orejas. Se le caía la babita de los labios. Intentaba alcanzar mis tetas, y me suplicaba por favor para que la deje tocarse.

Hasta allí quise llevarla. Quería que se prenda fuego por dentro. Su piel era un concierto de sudores, calores incompletos, espasmos inexactos y un delirio que no podía esperar más. Por eso, le di el desodorante, me acosté en la cama, le pedí que me saque la bombacha, que a esa altura era todo lo que me cubría, que la huella y que me acerque sus piecitos a la cara. Se los empecé a chupar y lamer, siempre sosteniéndole las manos para prohibirle rozarse siquiera.

Cuando creía que ya era suficiente, le dije que se acueste sobre mí, y le convidé durante un largo rato de mis tetas para que me las muerda y succione, como una bebita sedienta. Entonces, poco a poco fui maniobrando su cuerpito de modo tal que su cola se estacione sobre mis senos baboseados. Le pedí que frote sus manos en mi vagina, abriéndole las piernas todo lo que pudiera, mientras yo le acariciaba y besaba las nalguitas, se las abría y le resoplaba en el agujerito del culo. ¡Eso la hacía gemir híper agudito! Entonces, la tironeé un poquito de las piernitas para que se abracen a mi rostro, y así su vagina pudiera reposar en mi boca, y le pedí que me ensarte el desodorante en la concha. Lo hizo con cierta torpeza al principio, pero en cuanto le pedí que me escupa y que le dé una lamidita a mi clítoris, ese trozo de fantasía se deslizó sin problemas, haciéndome delirar porque, entretanto la guacha inmiscuía algún dedito, y me mordisqueaba las piernas, o me pasaba la lengüita por los labios. Yo, por mi parte, me extasiaba con los aromas de esa conchita sin vellos, ardiente, flujosa y encendida. Le metía la lengua hasta el fondo, le frotaba el clítoris, le rozaba el anito con un dedo, la nalgueaba con estrépito, le clavaba los dientes en las piernitas y le decía: ¡cógeme pendeja, dale, que es la lengua de Mariano la que te está lamiendo la vagina, cerdita sucia!

Su olor me perturbaba. Sus grititos ya empezaban a ser comprometedores para todo aquel que entrara a la casa de improviso, pero nos daba igual. En ese momento nos movíamos como enlazadas por una sola sensación, una necesidad más fuerte que la realidad que nos tocaba. Necesitábamos acabar de una vez. Creo que por eso las dos coincidíamos en apurar lengüetazos, lamidas, besos negros, penetradas con dedos o desodorante, y unos chirlos cada vez más intensos.

Pero entonces, la tía nos llamó a la puerta. Parecía desesperada.

¡chicaaas, por favor, que hace 5 minutos las estoy llamando! ¡Bajen a merendar! ¿se quedaron dormidas? ¿y vos Ivana, ya vas a ver!, retumbó la voz de mi tía por la galería y las escaleras. Aquello nos arrancó de todo clima posible. Pero, como pudimos y en silencio, yo comencé a degustar cada gota del orgasmo de mi primita, a acallarle sus gemidos obligándola a que frote su cara en mi vulva y a que beba todo lo que nacía de sus adentros, y por último a cambiarnos rapidísimo mientras nos comíamos la boca, las tetas o la cola a besos.

Juro que tuve ganas de revolcarme otra vez con ella cuando en un momento susurró: ¡no quiero la pija de Mariano Pao! ¡Ahora quiero que vos me comas la conchita!, y se río con malicia, como no interpretando la gravedad de sus palabras. El tema fue que, igual Ivana se ligó el reto de su madre, ya que, cuando subió al cuarto, encontró que la sábana de su cama tenía olor a pis. ¿La guachita se habría meado mientras estaba durmiendo la siesta?, pensaba mientras la ayudaba a resolver ecuaciones con números negativos.      Fin

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